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Muy pronto después de conocerla decidió que Ana era la mujer de sus sueños. Casi de manera inmediata pudo identificar que ella, tanto como él, prefería vivir soñando con idilios de fantasía que someterse al aburrido tránsito al que los condenaba la realidad. Sin importar su edad vivía inmerso en los mundos de sus video juegos favoritos, por lo que encontró fascinante aquella puerilidad que Ana también lograba mantener viva a pesar del paso del tiempo, aunque él no lo sabía, desde muy pequeña había comprendido que esa extraña cualidad camaleónica de su semblante la dejaría hacer de la vida un juego interminable; algunos días las líneas de los pómulos y la quijada formaban ángulos rectos, los grandes ojos almendrados se asemejaban a los de una pantera que cruza por la selva con sigilo para cazar a su presa; otras veces el rostro se le formaba más bien redondo, los hoyuelos que se le hacían al sonreír contribuían con el espejismo de su aparente inocencia, sus mejillas parecían ruborizarse con frecuencia, asemejándola al cordero que vive bajo la constante amenaza de los depredadores que están siempre al acecho. Ana era el espejo perfecto para reflejar los anhelos fragmentados de una multiplicidad de personas, el sueño de muchos soñadores. Pero de todas sus versiones, él se quedaba con la que la hacía parecer una flor delicada y frágil a la que era necesario suministrarle los cuidados necesarios para vivir. Esa era la idea que se había hecho de ella desde que navegando entre páginas apareció en el monitor su imagen por primera vez.

Ana era el espejo perfecto para reflejar los anhelos fragmentados de una multiplicidad de personas

Cada vez que podía encendía su pantalla y ahí estaba. 

Dedujo que su color favorito era el escarlata porque gustaba llevarlo en muchas de sus prendas. Una noche, vestía una pijama de seda de ese tono, no podía separar sus ojos del efecto de la tela al caer sobre su cuerpo, similar a un líquido rojo resbalando suavemente sobre la superficie de su piel.

Otro día, el monitor revelaba a Ana vestida con una bata del mismo color, bordada con flores negras que parecía de inspiración oriental o japonesa.

Si tenía tiempo de conectarse por las mañanas, era común verla pintarse los labios de ese tono.

Las tardes calurosas, la boca le escurría con ese color al comer granadas.

Por el acomodo de la cámara podía observar al fondo del encuadre que los tapices de los cojines y de las cortinas del cuarto eran de ese rojo. Todo lo demás: las paredes y el suelo eran grises. En los muros había estantes con peluches, juguetes y recuerdos de películas, series y personajes de ficción, sin embargo; para él su favorito era una miniatura de su anime preferido sobre la mesita de noche del lado derecho. Esos objetos eran como ella: tesoros de paraísos distantes que sobresalían en un mundo cromáticamente monótono al que habían sido condenados a vivir todos los soñadores. Y en medio del cuarto, Ana resplandecía como un rubí.

Durante seis meses adoptó como parte de su rutina encender el monitor de 27 pulgadas para observarla entre descanso y descanso. Era cierto que no había mucho trabajo últimamente, pero era cada vez más el tiempo dedicado a las fantasías que tenían que ver con Ana y su pequeño mundo.

Un día, a la misma hora de siempre lo encendió.

Llevaba un vestido y estaba recostada sobre la cama, sostenía una flor sobre la palma abierta. El único movimiento era su respiración. Pensó que se asemejaba a una muñeca quebrada de las articulaciones. El pensamiento más insistente en su cabeza era que él podía animar el cuerpo, que podía hacer que le regresara la vida. Se imaginó cruzando el umbral de la pantalla, caminando hacia ella, oliendo su cabello, besándole el cuello, mientras ella despertaba lentamente de su pesado sueño, cuando Ana lo veía le dirigía una sonrisa similar a la que le había visto en incontables ocasiones antes. Entonces él le bajaba el cierre del vestido, descubriendo la piel tersa debajo de la tela. Ella lo recibía extasiada por su presencia. Pero vibró el celular sobre la cama y la muñeca abrió los ojos y deslizó un brazo para observarlo, se incorporó y salió del cuarto.

Se imaginó cruzando el umbral de la pantalla, caminando hacia ella…

Ana no regresaba a su habitación, entonces minimizó la pantalla para volver al trabajo. Intermitentemente sus ojos buscaban el pequeño recuadro que mostraba la habitación de Ana. Habrían pasado dos horas cuando vio que ya estaba en su cuarto, pero no estaba sola. Un hombre musculoso con barba abundante le hacía compañía. Llevaba puesta una playera negra ajustada y unos pantalones tan pegados que dejaban adivinar el grosor de sus piernas. Estaban sentados sobre la cama mientras el simio profanaba los labios de Ana en un grotesco espectáculo de lenguas y dientes. No podía concebir a un ser más diferente a sí mismo y honestamente no podía entender que alguien como Ana pudiera concebir atractivo a un espécimen como aquél. El hombre que ahora se disponía a cumplir la fantasía que él mismo había tenido unas horas antes, representaba una negación de todo lo que él era. Pero nada importaba, pues era el mámifero sin sesos y no él, el que bajaba el cierre del vestido, descubría la tersa piel y animaba el cuerpo de la muñeca. «Todas son iguales, escuchó como eco en su cabeza.

Sintió como un jaloneo en sus entrañas, no lo pensó dos veces y apretó el botón rojo de grabar. Ahí estaban los dos simios copulando en su pantalla para la posteridad. Nada lo divertía ni excitaba del espectáculo de cuerpos. Cuando terminaron el acto presionó el botón de Stop. Empaquetó el archivo y lo guardó en una carpeta donde tenía encriptados cientos de videos iguales. Tituló el video “brujaescarlataxxx”. Entonces cerró su computadora y prometió no volver nunca a proyectar escenarios imposibles con mujeres que sólo puede conocer a través del monitor de una computadora. De cualquier forma, le esperaba todavía una larga noche de trabajo para cumplir la cuota del día. Quién sabe qué mundo le descubriría la siguiente cámara en la computadora de alguien en quién sabe qué lugar perdido del mundo. Si algo reafirmaba su experiencia de observar la intimidad de las personas, es que cada vez le interesaba menos el género humano…Pero trabajo era trabajo.

Nada lo divertía ni excitaba del espectáculo de cuerpos.

Sol

Sol

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