Skip to main content

Lo invité a visitar vestigios de lugares sagrados para mí; agarré su mano y nuestros cuerpos desaparecieron en las sombras. Lo único que decoraba el paisaje eran estructuras vacías, esqueletos de objetos que apenas se lograban distinguir. 

Noté sus ojos fijos en mi cara, inhalaba del cigarro que balanceaba mecánicamente entre sus dedos. Sentí la tristeza queriendo regresar a mi cuerpo pero entonces me tomó de la cintura y me besó. Su aliento humeante reanimó las sensaciones de mi piel. Hubo algo extrañamente restaurador en la melancolía derramada en el cuerpo del otro.

Pero cuando le pedí que escuchara el silencio de los muertos, que distinguiera su melodía inaudible; su boca dibujó una sonrisa y me dijo que no creía en los fantasmas. Seguía succionando el tabaco de su cigarro sin saber que yo experimentaba un precario momento de lucidez, que con sus palabras había sido condenado cualquier asomo de misticismo en la interacción de dos extraños.

No sabía si lo que más me desencantaba era su fervoroso escepticismo sobre lo intangible o su resistencia a un inocente asomo de alegoría de mi parte.

De cualquier forma, todo era mi culpa, pues había sido yo quien demasiado pronto, con una desesperación atribuible a mi tristeza y a una soledad que se había vuelto invivible, quise convencerme, de que él de todos los simios del planeta recibiría mi sustancia. No dejé que mi pesimismo arruinara las cosas para variar. Y entonces, asumiendo mi responsabilidad sobre la precipitación de mis expectativas, le quité el cigarro de la boca y lo puse en la mía, inhalando del filtro mojado con su saliva. Y con los movimientos más mecánicos y predecibles pegué mi cuerpo contra el suyo para aplastar mis labios sobre su boca. Se sintió bien imaginar que llenaba su cuerpo con el humo de mi amargura. 

-Entonces, vamos a mi casa? dijo….

¿Qué es de la tristeza que uno no puede negarse con facilidad al calor de un cuerpo que se nos es ofrecido? Entonces en un acto de traición hacia los muertos me dejé acarrear por el flujo de situaciones que típicamente le suceden al cortejo más prosaico…recuerdo vagamente los cuerpos retorcidos, engarzados, contorsionándose y en el momento en el que el agasajo, el más convencional festín de los sentido había terminado, la nostalgia, es decir, mi amor por los muertos regresó, pero ahora más aplastante, más inmovilizante que antes, entonces regresé a mi ciudad en ruinas, esta vez sin compañía de los vivos.

Sol

Sol

Leave a Reply